CUADERNOS DE LA PIEDRA BLANCA

2009 / work in progress

Mi madre murió. Apenas unos meses después de diagnosticarle la enfermedad; se fue, se marchó, se fatigó de luchar, se cansó de insistir, cesó, cerró, murió. Se había ido. O me había quedado. Después de no saber que se iba, de no pensar nunca en irse; después de saber que se iba, de no saber qué era irse. Después de verla en una ocasión de espaldas asomada a la ventana, mirando la calle desde casa, de pié tras la cortina, medio escondida, como para que no la vieran, que nadie descubriera que se marchaba.

Me descubrí en ese instante recordándome en un futuro. Sin saberlo, extendí el tiempo sobre una superficie oculta, comprendiendo que aquello no era un instante, que nunca lo había sido.

Me descubrí en ese instante recordándome en un futuro. Sin saberlo, extendí el tiempo sobre una superficie oculta, comprendiendo que aquello no era un instante, que nunca lo había sido.

Desde entonces, mi vida cambió y la suya fue hacia atrás. Empecé a tratar de olvidarla sin quererlo del todo, lo cual es una mala forma de olvidar. Empujas y empujas, y en realidad aparcas y aparcas. Dejar marchar a alguien que ya se ha ido es un proceso lento y doloroso. Cuanto más lo consigues, más perdido estás. Es como devorar su ausencia hasta que un día terminas por digerirla porque en realidad se ha hecho tuya.

Se apagó rápido. Sufrió mucho. Nos dejó a su lado, perdidos, siendo otros. Comenzando sin saber empezar o empezando sin saber comenzar.

La muerte es una fotografía interminable.

En ese momento de consciencia me autodescubrí sin saber quién era. Pensé que hasta ese momento había sido un pasado que se había detenido, una concatenación de pequeñas imágenes vinculadas entre sí y ordenadas, seguramente, por mi propia madre.

Había sido ‘ella’ hasta ‘entonces’ porque hasta ‘entonces’ yo no era más -o no era menos- que su hijo.

Recordé aquel instante recordándome en un futuro. Situé el ‘entonces’ en aquel punto, en aquella primera fotografía.

A partir de ahí comenzaría a empezar.

Pero mi madre ya no estaba fuera. Me había dejado la responsabilidad de seguir con ella, de dejar de ser su hijo para indagar en quién había sido, quien soy yo.

Buscar mis propias raíces.