LA HIPÓTESIS DEL LAGO

Caminamos a través del humedal. El paisaje que dibuja está constituido por un conjunto de lagunas vacías, ausencias a la espera de ser cubiertas. El silencio parece agrietar la superficie seca y hay huellas de lo que ya aconteció. La mirada recorre la extensión de un territorio que proyecta un halo de misterio a medio camino entre la desolación y cierta belleza paradigmática. Nos detenemos a observar. No hay agua pero existen reflejos de lo que fue y, sobre todo, de lo que está por llegar.

 

En la ‘Hipótesis del Lago’, el teórico español Román Gubern situaba uno de los llamados ‘momentos estelares’ del extenso proceso de hominización del ser humano al describir el instante en el que el hombre primitivo forjó la conciencia de identidad a través del reconocimiento de su reflejo proyectado sobre la superficie de un lago; la escena nos aproxima al surgimiento de la conciencia diferenciada del “Otro que soy Yo” y, por lo tanto, del primer pilar fundamental de la evolución del hombre a través de la reconstrucción de una realidad reflejada.

 

 

Hoy, el reflejo es confuso. La imagen del humedal remite a la imagen de la resistencia. Las lagunas que lo configuran actúan como filtradores naturales del agua sobre una superficie que se inunda permanente o temporalmente. Al cubrirse de agua, el suelo se satura y queda desprovisto de oxígeno, dando lugar a un ecosistema híbrido entre lo que podríamos considerar la ausencia de vida y su presencia contenida, el enigma de lo que está por venir en medio de la nada.

 

Es el enigma que late por detrás del reflejo. Se trata de ciclos de vida en torno a un tiempo orgánico que se resiste a ser degradado, encerrado en la estrechez de unos límites estructurales y, por lo tanto, posesivos del hombre. A pesar de algunas medidas de protección, los humedales sobreviven en continua amenaza. En los 60 comenzó la moda de drenarlos, a ello se sumó el exceso de explotación agraria, el abuso en la caza y la pesca, la industrialización y la explotación urbanística del territorio, sobre todo de las zonas próximas al litoral. No obstante y a pesar de todas estas circunstancias, el tiempo orgánico fluye y el ciclo se abre paso.

 

De repente, el misterio condensado deja paso a un misterio aún mayor diluido entre la maleza que renace al mismo tiempo que el agua ocupa el lugar. El paisaje se transforma por encima del tiempo antropogénico en toda su concepción y su naturaleza parece una imagen especular de lo que antes eran remansos de vida. La laguna es la vida contenida a la espera de resurgir.

 

Pero, incluso entonces, la superficie del lago es espejo que proyecta la imagen en una metáfora antinarcisista que refleja las circunstancias de una evolución elíptica, circunstancial, ambigua, cuanto menos, reflexiva. Tiene las marcas de posesión absorta del principio de individualización, anclado, rodeado, oprimido por la proyección del trabajo y su dependencia, de la obsesión por limitar el tiempo.

Trazando una comparativa entre la elipsis que conecta el reflejo de la superficie de aquel lago remoto que proponía Gubern y el de nuestros días, observamos que la concepción del reflejo ha cambiado. La superficie del lago, como espejo metafóricamente atemporal, sintetiza las circunstancias actuales del desconcierto del hombre y de la amenaza que supone la pérdida de conciencia del individuo sobre el lugar del que procede, de su origen, de su propio misterio.

Hoy, la laguna contiene el reflejo de nuestro propio olvido…